En esta jornada que hoy culmina, levanto mi voz con gratitud y humildad, agradeciendo al Todopoderoso y al venerable San Judas por concederme la dicha de contemplar un día más bajo la cálida luz del sol.
En esta sinfonía de la existencia, donde los rayos dorados iluminan mi camino, y el canto melodioso de las aves resuena en mis oídos, siento la presencia divina que guía mi jornada.
Oh, San Judas, apóstol de las causas difíciles, a ti elevo mi corazón agradecido por tu intercesión benevolente. Hoy, al despertar y sentir el abrazo del sol, he experimentado una renovación de esperanza y energía.
Tus oraciones, tus milagros, han sido el faro que ha disipado las sombras y ha permitido que la luz de la vida brille intensamente en mi camino.
En cada destello solar, reconozco la generosidad del Creador, que, a través de su infinita bondad, me regala un día más para apreciar la maravilla de su creación. Las aves, mensajeras del cielo, entonan sus cánticos como una sinfonía celestial, recordándome la armonía divina que permea cada rincón de este universo.
Gracias, Señor, por este nuevo día de oportunidades y experiencias. Cada momento, cada encuentro, ha sido un regalo divino que atesoro en mi corazón. San Judas, agradezco tu constante intercesión, por ser el puente entre mis súplicas y la gracia divina.
Que esta noche, en la serenidad que envuelve el final del día, mi agradecimiento se eleve como incienso hacia los cielos. Que la luz del sol que se despide sea un recordatorio de tu amor constante, oh Señor, y de la protección de San Judas en cada paso de mi jornada.
Amén.